En la aldea de Lur vivía Adimen,
un joven muy inteligente que también era conocido por su maestría con el Txistu,
una sencilla flauta de tres agujeros. Para convencer a sus habitantes de que
sus ideas podían ser las más valiosas, decidió aprender a levitar. “Si soy
capaz de levitar”, pensaba, “verán de lo que soy capaz y me los meteré a todos
en el bolsillo”. Después de muchos meses de ensayos, esfuerzos, ruegos y
meditaciones, el joven consiguió elevarse unos centímetros del suelo con el
poder de su pensamiento. Un día, convoco a todos sus vecinos, encabezados por Perogrullo
que por aquella época ejercía de alcalde en su aldea natal. El joven se sentó
en medio de la plaza y a los pocos minutos pudo elevarse unos centímetros del
suelo. ¿“Que os ha parecido esto”? –
pregunto nada mas acabar la prueba...”¿A
que estáis impresionados?”. Pero Perogruño respondió: “Mas que impresionado, estoy intrigado”. ¿No hubiese sido mas sencillo
tocar el Txistu y elevar sus notas musicales para que todos podamos disfrutar
de esa maestría musical natural que te caracteriza?”.
Dice un aforismo sufí que “si deseas alcanzar una iluminación especial,
mira el rostro humano y contempla en el
interior de la risa la esencia de la verdad suprema”. La risa es algo hermoso, reír sin un motivo, tener en el
corazón una alegría sin causa, amar sin buscar nada a cambio es algo muy bello
y especial. Pero es muy raro que en nosotros tenga lugar una risa semejante.
Como en el cuento, solemos dedicar nuestro tiempo a tratar de conseguir proezas
inútiles y estériles.
La risa transmite un
mensaje inequívoco de cordialidad. A diferencia de otras
señales emocionales -como
la sonrisa, por ejemplo,
que puede ser fingida-,
la risa se
asienta en complejos
circuitos neuronales que son fundamentalmente involuntarios, y en consecuencia, resultan más
difíciles de disimular. Bien podríamos decir, desde
una perspectiva neurológica, que la
risa es la distancia
más corta existente
entre dos personas, porque sintoniza de
inmediato sus sistemas
límbicos. Como ha
señalado cierto investigador, esta reacción involuntaria constituye «la
comunicación más directa
posible entre las
personas -una comunicación de cerebro a cerebro en la que el intelecto se limita a ser un
mero espectador- y establece
lo que podríamos
denominar un "vínculo límbico"». No
debe sorprendernos, pues,
que las personas que más
confían en los demás sean
las que se rían con más facilidad
y frecuencia, mientras
que, por su
parte, quienes desconfían o se
encuentran a disgusto, ríen muy
poco... si es que lo hacen.
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